Dios es más grande que nuestros pecados
Reflexionando sobre la lectura del Libro de los Números que habla de Balaam, un profeta contratado por un rey para maldecir a Israel, El Santo Padre dijo que "Balaam tenía sus defectos, y él tenía pecados también, porque todos tenemos pecados. Todos somos pecadores" ¡Pero no se asusten! Dios es más grande que todos nuestros pecados.
Abrir el corazón a la verdad y la esperanza
En su camino, Balaam encuentra al ángel del Señor y cambia su corazón. No cambia de partito, él ve lo que es el error y lo que es la verdad, y él dice lo que ve: el Pueblo de Dios vive en las tiendas, en medio del desierto, y él, además del desierto ve la fecundidad, la belleza, la victoria. Abrió su corazón, se convirtió y vio lejos, vio la verdad, porque con buena voluntad siempre se ve la verdad. Es una verdad que da esperanza.
La esperanza abre horizontes
La esperanza es esta virtud cristiana que nosotros tenemos como un gran don del Señor y que nos hace ver lejos, más allá de los problemas, los dolores, las dificultades, más allá de nuestros pecados. Nos hace ver la belleza de Dios.
Cuando yo me encuentro con una persona que tiene esta virtud de la esperanza y se encuentra en un momento feo de su vida – ya sea una enfermedad, una preocupación por un hijo o una hija, o por alguien de la familia, que padece algo – pero que tiene esta virtud, en medio del dolor, tiene el ojo penetrante, tiene la libertad de ver más allá, siempre más allá. Y ésta es la esperanza. Y ésta es la profecía que hoy nos ofrece la Iglesia: nos quiere mujeres y hombres de esperanza, incluso en medio de los problemas. La esperanza abre horizontes, la esperanza es libre, no es esclava, siempre encuentra un lugar para resolver una situación.
En el Evangelio se habla de los jefes de los sacerdotes que preguntan a Jesús con qué autoridad actúa. Ellos no tienen horizontes, son hombres cerrados en sus cálculos, esclavos de las propias rigideces. Y los cálculos humanos cierran el corazón, cierran la libertad, mientras la esperanza nos vuelve ligeros.
¡No seamos rígidos!
Qué hermosa es la libertad, la magnanimidad, la esperanza de un hombre y una mujer de Iglesia. En cambio, qué fea y cuánto mal hace la rigidez de una mujer y de un hombre de Iglesia, la rigidez clerical, que no tiene esperanza.
En este Año de la Misericordia, están estos dos caminos: quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre; Dios perdona siempre, pero todo; más allá del desierto está el abrazo del Padre, el perdón. Y también están aquellos que se refugian en su propia esclavitud, en su propia rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Estos eran doctores, habían estudiado, pero su ciencia no los ha salvado.
¡Dios lo perdona todo!
El Papa concluyó su homilía relatando un hecho que sucedió en 1992 en Buenos Aires, durante una Misa para los enfermos:
"Estaba confesando ya desde hacía muchas horas, cuando llegó una mujer muy anciana, de 80 años de edad, con los ojos que ven más allá, esos ojos llenos de esperanza. Y yo le dije: "Abuela, ¿usted viene para confesarse?". Porque yo me estaba levantando. "¡Sí!". "Pero, usted no tiene pecados". Y ella me dijo: "Padre, todos los tenemos". "Pero, ¿acaso el Señor no los perdona?". "¡Dios perdona todo!", me dijo. Dios perdona todo. "¿Y cómo lo sabe?", le pregunté. "Porque si Dios no perdonara todo, el mundo no existiría".
Ante estas dos personas – el libre, el esperanzado, el que te trae la misericordia de Dios, y el cerrado, el legalista, precisamente el egoísta, el esclavo de las propias rigideces – recordemos esta lección que esta anciana de 80 años de edad – era portuguesa – me dijo: Dios perdona todo, sólo espera que tú te acerques
- Papa Francisco
Homilía en Santa Marta, Ciudad del Vaticano, 14 de diciembre de 2015
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