La lluvia de esta madrugada, que muy posiblemente deje severos daños, revela una de las características terribles de aquella hecatombe: la sorpresiva furia de la naturaleza.
En 1959, desde el 23 de octubre se observó el cielo nublado.
Llovió ligeramente desde el día 24 y se anunció en las estaciones de radio, que un fuerte ciclón amenazaba las costas del Pacifico.
Con fuerza llovió el día 25 y el día 26, se anunció que el huracán se alejaba de las costas de Colima.
El día 27 amaneció una llovizna inofensiva.
Por la tarde, de hecho, el cine Bahía se encontró abarrotado.
Al salir y a partir de las 8:15 de la noche, la madre naturaleza dejó sentir toda su furia.
La lluvia y el viento fueron de incomparable magnitud. Barrios enteros fueron sepultados por las piedras y el lodo; cientos de viviendas sucumbieron, con sus habitantes dentro; en la bahía, varios barcos se fueron a pique y mar adentro otros naufragaron como el célebre buque Sinaloa, en el que perdieron la vida muchos porteños, sobreviviendo algunos de sus tripulantes.
El huracán produjo, en suma, muerte y destrucción.
Entró por Manzanillo y tuvo su punto de golpe, según informes de la época, en la playa La Boquita.
En la zona rural, involuntariamente descuidada por las autoridades, perdieron la vida cientos de personas.
El pueblo de Minatitlán desapareció, literalmente, muriendo la mayoría de sus habitantes.
La ciudad fue diezmada.
La devastación fue monstruosa.
Ningún fenómeno natural en la historia de Colima ha causado tanta muerte y daños.
Hubo necesidad de abrir fosas comunes en el panteón municipal con maquinaria de Don Felipe Guzmán, un ex alcalde generoso, y sepultar de prisa decenas de cuerpos putrefactos hallados en el mar, en los cerros, en los arroyos, en las lagunas de Cuyutlán, San Pedrito y La Ciénega. Estuvimos amenazados por una gravísima emergencia sanitaria debido a la descomposición de los cadáveres.
Se dio una escasez dolorosa de víveres, padecimos hambre, y el alcalde héroe Miguel Sandoval Sevilla, abrió bodegas de particulares egoístas para repartir alimentos, por lo que fue destituido y casi cae en prisión.
A las 3 de la mañana con 39 minutos de hoy, una fortísima lluvia fue el llanto del cielo colimense, regando la tierra fértil de Manzanillo en memoria de quienes murieron trágicamente arrastrados por los ríos, aplastados por los techos, sepultados por el lodo y las piedras, hundidos en los barcos, ahogados en el mar, asfixiados bajo los escombros. Al menos el 45 % de las víctimas, fueron niños indefensos. Hoy estamos de luto.
Debiera izarse la bandera a media asta en señal de duelo, igual que debiera hacerse en septiembre 19 para recordar a los muertos en el terremoto de 1985.
Manzanillo está de duelo.
A todas las víctimas: una oración respetuosa, a sus familiares nuestra solidaridad eterna.
A Manzanillo una reflexión: a cincuenta y siete años de distancia somos más vulnerables que en 1959, porque ahora en cualquier esquina, en todos los barrios, por todos los rumbos, nos amenazan los deslaves y las inundaciones por imprudencia de todos.
Que Dios tenga misericordia de nosotros.
Horacio Archundia.
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